domingo, 29 de julio de 2018

Séptimo fragmento del diario de viaje de Galnor

Sur de Carn Dûm, Día 24 de Marzo del año 1224 de la Tercera Edad. Fragmento narrado por Galerion, padre de Galnor, y posteriormente recopilado.
Nos encontrábamos en una tierra totalmente cubierta por nieve. No había vida prácticamente rastro de vida salvo nosotros. A lo lejos, veíamos una fortaleza negra gigantesca que incluso entre las ventiscas que se levantaban de repente, se podía distinguir.
Durante el camino, un contingente élfico proveniente de Lorien formado por unos 2000 también acudió junto a nosotros. Más elfos llegaron desde Rivendel e incluso una legión de enanos de Moria. No lo sabíamos pero, incluso con semejante ejército, no iba a ser suficiente.
Todavía no teníamos noticias de mi hijo, de su amigo Erlendur y de la elfa Mellidian pero el grupo de Lorien afirmó que no debía preocuparme por ellos y que se unirían a nosotros más tarde. Tras escuchar esto, volví junto a mis amigos Kennor y Jerel y dimos las indicaciones necesarias.
Pasadas unas horas, escuchamos un ruido ensordecedor similar a un cuerno de guerra que venía desde la fortaleza y retumbó por toda la región. Unos cuantos segundos después, otro ruido invadió el lugar pero esta vez se trataba de pasos cada vez más cerca. Los elfos comenzaron a tomar posiciones y a dar avisos de que un ejército venía hacia nosotros. En ese momento me di cuenta de que estábamos en el peor escenario posible, sin táctica alguna por parte de mi hijo y en territorio desconocido.
Un grotesco espectáculo de orcos, trolls e incluso numenoreanos negros se acercaba a nosotros. Los enanos conformaron la primera línea de batalla debido a su espectacular aguante y dureza. Aun así consiguieron abrir una brecha y penetrar en nuestras defensas. Sólo conseguíamos detener su avance gracias a los elfos que disparaban flechas como si no hubiera un mañana. Incluso los trolls comenzaron a retroceder abrumados por la destreza élfica. Por un momento vi que podíamos avanzar y sacar esto adelante pero no podía estar más equivocado. Una gran figura negra levantó una espada en llamas y abatió a varios de los nuestros. Kennor yacía en el suelo después de soportar el ataque de un mangual que la criatura sostenía. Poco después, falleció el líder de los Hombres Errantes.
Había bajas en todos lados pero nuestro bando fue el que empezó a verse más afectado. Nadie podía abatir a esa cosa, fuera lo que fuera. Él seguía avanzando, impasible, sin nada que lo perturbara. Aunque me encontrara lejos, sabía que mi hora estaba próxima. No, no podía permitirme caer en este lugar. No sin antes cumplir la misión que nos fue encargada. Los Hombres Errantes nunca abandonan su cometido aunque les cueste la vida. Ese ha sido nuestro modo de vida desde que se fundó la compañía. Rescataríamos a Fizel y saldríamos de estas tierras malditas, ese pensamiento me dio fuerzas renovadas.
Un chillido vino desde el sur de nuestra posición. No era nada que hubiera escuchado antes. Un fuerte viento se levantó y derribó al ejército enemigo. Y entonces aparecieron esas criaturas que solo habíamos escuchado en los relatos de Rivendel y Lorien. Tan grandes y magníficas. Y sobre ellas, las únicas personas capaces de ponerle fin a esto.

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