miércoles, 10 de octubre de 2018

Octavo fragmento del diario de viaje de Galnor.

Carn Dûm, Día 24 de Marzo del año 1224 de la Tercera Edad.
El cielo, ese lugar al que muchos miran al despertar y otros tantos al acabar el día. Donde varias personas depositan sus sueños y esperanzas. No estás sujeto a las reglas de la tierra y tienes una perspectiva única. Así estábamos Erlendur, Mellidian y yo en los lomos de las águilas. Pero no teníamos tiempo que perder. Nuestros amigos estarían ya en Angmar y habrían comenzado la lucha. No podíamos fallar pues la vida de nuestro amigo Fizel estaba en juego.
Vimos una tierra cubierta de hielo a lo lejos. Nunca habíamos presenciado algo similar. Y mucho alboroto y cuerpos tendidos en el suelo. Gwaihir, vástago del legendario Thorondor me llevaba en su lomo al igual que otras águilas hacían lo mismo con mis acompañantes. Avanzaron impasibles hacia el centro del conflicto y vimos con más claridad lo que estaba pasando. Mi padre y el de Erlendur estaban arrinconados junto a varios elfos y enanos luchando por salir adelante. Vimos el cuerpo de Kennor inerte en el hielo y entonces me centré en lo que había delante. Una criatura con ropajes negros que sujetaba mangual y espada, ambos en llamas. Era el ser que vi en la visión de Lorien y sabía que debía evitar que Erlendur entablara combate contra él. Aunque vistas nuestras opciones, ni siquiera sabía cómo íbamos a salir de ésta.
Otro grupo de aves de la raza de las águilas se unió a nosotros en pleno vuelo. Poco después los vientos comenzaron a arremolinarse de forma violenta entre el ejército enemigo y varios caían sin remedio. Gwaihir pasó a través de un grupo de trolls y los derribó en un instante. Fue entonces cuando todos se dieron cuenta de nuestra llegada. La enorme ave nos depositó en tierra firme y escuchamos aclamaciones por parte de nuestros aliados. Mellidian y Erlendur desenvainaron sus espadas y se colocaron justo detrás de mí.
- ¡Traedme a Fizel! - dije con un grito que asustaría al orco más feroz. Y entonces corrí hacia ellos, sin importar lo que me pasara por el camino pues tenía a mis amigos cubriéndome las espaldas. El frasco que me fue otorgado por la dama Galadriel comenzó a brillar y el grupo enemigo que tenía delante apartó la mirada pues su luz era demasiado intensa para ellos. Y en mi carrera ensarté a un orco que me miró horrorizado mientras su vida se alejaba de él.
Los acontecimientos ocurrieron muy deprisa y poco puedo recopilar. Erlendur y Mellidian destajaban todo lo que no fuéramos nosotros y yo por mi parte ayudé a los demás a recomponer filas y a que recuperaran la esperanza pues las águilas estaban de nuestra parte y estaban ocasionando destrozos en las filas enemigas. Aunque no me alejé mucho ya que debía tener a Erlendur a la vista y no cometiera una estupidez.
La batalla siguió su rumbo. Una vez que conseguí abrirme paso hasta mi padre y el grupo que estaba reunido con él pude guiarlos a través de este terreno. No era nada fácil luchar en territorio nevado, pero era lo que nos tocaba si queríamos salir de ahí. Poco a poco nuestros compañeros se levantaron una vez más para hacer frente al enemigo. Durante un momento, creí de verdad que esto estaba ganado.

Fue por este pensamiento tan ingenuo por lo que luego me llevé la más tremenda de las desilusiones.
Se cumplió mi mayor temor para este día. Erlendur salió a enfrentarse a la criatura por su cuenta. Mellidian también desenvainó su espada para luchar junto a él, pero la criatura encapuchada no era la única amenaza. Un rugido salió de la fortaleza y un trueno se oyó en el cielo. No es tan grande como los de antaño y aun así quedé paralizado durante unos segundos. Un dragón alado salió a nuestro encuentro y no teníamos forma para pararle. Gwaihir llegó a mi lado para que montara sobre su lomo y emprendió el vuelo para enfrentarse al dragón. Tras unos choques en el aire, el dragón finalmente cayó y abrió un agujero en una pared de la fortaleza en su caída. Aproveché para colarme dentro y poder sacar a Fizel de ahí. Tras librarme de los pocos orcos que quedaban dentro, pude encontrar a mi amigo por fin.
Tenía un aspecto bastante demacrado por los días sin alimento y sin recibir un rayo de sol. De alguna forma conseguimos salir de ahí y me dispuse a depositar a mi amigo en el lomo de Gwaihir para que se lo llevara lejos de ese espantoso lugar. Sin embargo, como llamado por algo, empezó a caminar rumbo a la criatura encapuchada.
-Rey... brujo... de Angmar... Mellidian... - fueron las únicas palabras entendibles que consiguió formular.
Cuando me quise dar cuenta, todos los enemigos salvo el llamado Rey Brujo habían sido derrotados pero nuestros aliados estaban también en el suelo. Muchos tenían las manosen la cabeza como si se estuvieran cubriendo de algo. Erlendur yacía bastante malherido, pero se sostenía en su espada junto a Mellidian que presentaba el mismo aspecto. Fizel avanzó con convicción hacia el Rey Brujo, que solo tuvo que levantar su espada en llamas y atravesar el cuerpo del elfo.
-No... podías... salvarme... - dijo Fizel antes de caer definitivamente.
No podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso todo había sido para nada? No pude salvar a alguien que se encontraba frente a mí y a día de hoy eso es algo que todavía pesa sobre mi conciencia.
Mellidian se levantó furiosa pero poco pudo hacer ante el embate del mangual del Rey Brujo que golpeó su estómago. Erlendur lloró por la que brevemente había estado enamorada y en un acto de ira, apuñaló la pierna del Rey Brujo con la espada reforzada en el Celebdil.
Yo también avancé hacia él con paso decidido y extendí mi mano con el frasco de Galadriel en ella. Y pronuncié alto y claro:
-¡¡¡Aiya Eärendil, Elenion Ancalima!!!
Y el frasco comenzó a brillar. El Rey Brujo comenzó a verse superado por este extraño poder que ni yo mismo entendía a pesar de ser su actual portador.
Una llama negra rodeó al Rey Brujo y desapareció del lugar. A lo lejos en la fortaleza, vi encenderse un fuego por lo que supuse que fue a refugiarse. Pero no teníamos tiempo de buscarlo pues más cuernos de guerra y gritos se escuchaban más allá de la fortaleza. Llegaban refuerzos enemigos y no íbamos a quedarnos a esperarles. Las águilas comenzaron a trasportar a los heridos fuera de la ciudad y Gwaihir nos llevó a mí y a Erlendur junto a los cuerpos de Fizel y Mellidian.
Mellidian todavía se aferraba al último hálito de vida que le quedaba y Erlendur estuvo con ella hasta el final. Mientras su alma abandonaba su cuerpo, me dirigió una última mirada y escuché en mi cabeza “hijo del destino...”.
La vuelta a Rivendel fue más dura de lo que imaginábamos. Informamos a Elrond de las pérdidas y aun así no nos reprendió. Simplemente nos dijo que el destino de los elfos estaba más allá de la muerte y nos dejó a solas con nuestros pensamientos.
Erlendur se debía sentir fatal en ese momento. Todavía recuerdo como se sostenía impotente ante la pérdida de su amada. Me decidí que en cuanto pudiera, iría a viajar por el mundo. Jamás debe repetirse esta experiencia. Jugué a un juego peligroso y perdí. Ese es mi castigo y es lo que me mantiene. Toda vida humana que pudiese salvar, lo haría. Pero lo haría solo. No quería arrastrar a nadie más conmigo en estos asuntos...

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