domingo, 29 de julio de 2018

Cuarto fragmento del diario de viaje de Galnor.

Rivendel, Día 18 de Marzo del año 1224 de la Tercera Edad.
No ha pasado mucho tiempo después de nuestra última visita a Rivendel. Nos establecimos en las estancias que los elfos siempre tienen preparadas para los viajeros y tras comer adecuadamente y un merecido descanso, Elrond nos llamó pero tal como pasó en Lorien, solo a Erlendur y a mí.
Él mismo nos dijo que sabía acerca de esa próxima batalla que nos mostró el espejo de Galadriel pues tiene el don de la premonición pero aun así no nos reveló la diferencia de lo que vimos mi amigo y yo. Sin embargo, su consejo era no partir al norte en los próximos meses. Que nos instalásemos aquí el tiempo necesario. Le dijimos que nos lo pensaríamos y regresamos a nuestra habitación.
Esa misma noche, durante la cena, en unas de las tantas celebraciones que tienen los elfos, se escuchó un canto. Una elfa de singular belleza a la que llamaban Mellidian, en honor a la maia Mellian, entonó un canto para todos:
Las hojas eran largas, la hierba era verde,
las umbelas de los abetos altas y hermosas
y en el claro se vio una luz
de estrellas en la sombra centelleante.
Tinúviel bailaba allí,
a la música de una flauta invisible,
con una luz de estrellas en los cabellos
y en las vestiduras brillantes.
Allí llegó Beren desde los montes fríos
y anduvo extraviado entre las hojas
y donde rodaba el Río de los Elfos,
iba afligido a solas.
Espió entre las hojas del abeto
y vio maravillado unas flores de oro
sobre el manto y las mangas de la joven,
y el cabello la seguía como una sombra.
El encantamiento le reanimó los pies
condenados a errar por las colinas
y se precipitó, vigoroso y rápido,
a alcanzar los rayos de la luna.
Entre los bosques del país de los ellos
ella huyó levemente con pies que bailaban
y lo dejó a solas errando todavía
escuchando en la floresta callada.
Allí escuchó a menudo el sonido volante
de los pies tan ligeros como hojas de tilo
o la música que fluye bajo tierra
y gorjea en huecos ocultos.
Ahora yacen marchitas las hojas del abeto
y una por una suspirando
caen las hojas de las hayas
oscilando en el bosque de invierno.
La siguió siempre, caminando muy lejos;
las hojas de los años eran una alfombra espesa,
a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas
que temblaban en los cielos helados.
El manto de la joven brillaba a la luz de la luna
mientras allá muy lejos en la cima
ella bailaba, llevando alrededor de los pies
una bruma de plata estremecida.
Cuando el invierno hubo pasado, ella volvió,
y como una alondra que sube y una lluvia que cae
y un agua que se funde en burbujas
su canto liberó la repentina primavera.
El vio brotar las flores de los elfos
a los pies de la joven, y curado otra vez
esperó que ella bailara y cantara
sobre los prados de hierbas.
De nuevo ella huyó, pero él vino rápidamente,
¡Tinúviel! ¡Tinúviel!
La llamó por su nombre élfico
y ella se detuvo entonces, escuchando.
Se quedó allí un instante
y la voz de él fue como un encantamiento,
y el destino cayó sobre Tinúviel
y centelleando se abandonó a sus brazos.
Mientras Beren la miraba a los ojos
entre las sombras de los cabellos
vio brillar allí en un espejo
la luz temblorosa de las estrellas.
Tinúviel la belleza élfica,
doncella inmortal de sabiduría élfica
lo envolvió con una sombría cabellera
y brazos de plata resplandeciente.
Larga fue la ruta que les trazó el destino
sobre montañas pedregosas, grises y frías,
por habitaciones de hierro y puertas de sombra
y florestas nocturnas sin mañana.
Los mares que separan se extendieron entre ellos
y sin embargo al fin de nuevo se encontraron
y en el bosque cantando sin tristeza
desaparecieron hace ya muchos años.
Erlendur se quedó prendado de Mellidian y su maravillosa voz. Cuando todos se retiraron a dormir, él se acercó pues quería conocerla. Mellidian, según pude apreciar, no puso objeción y pasearon lejos de las habitaciones. Mi amigo, que nunca había conocido el amor, tenía una buena oportunidad y le deseé buena suerte.
Antes de retirarme a dormir, me encontré con Fizel e intercambiamos historias después de nuestro último encuentro hasta bien entrada la noche. Al regresar a mi aposento, Erlendur todavía no había regresado. Esbocé una sonrisa y me fui a dormir.
Un destello me despertó sobresaltado proveniente del río Fontegrís. Al parecer, un grupo de elfos había salido porque notaban algo extraño en la zona. Unos cuantos llegamos y contemplamos con horror como el grupo de elfos había sido masacrado. Erlendur y Mellidian llegaron también y la elfa lloró no solo por la pérdida sino porque Fizel era su hermano y había partido junto con el grupo pero su cuerpo no se hallaba entre ellos. Mientras mi amigo consolaba a la chica, vi que al lado de una roca todavía había un orco con un hálito de vida. Desenvainé mi espada, una ligera pero mortal espada élfica, y apunté con ella a su garganta. Le pregunté a gritos hacia dónde habían partido los orcos supervivientes y por qué se habían tomado las molestias de capturar a Fizel. Antes de caer muerto, esa asquerosa criatura llegó a emitir dos sílabas: Ang…mar… Y tras eso, cayó muerto.
Me dirigí hacia los aposentos de Elrond y entonces comprendió que el destino no podía ser detenido. Alguien estaba tirando de nosotros como si fuésemos peones y se empeñó en preparar este escenario. Nunca había escuchado hablar de ese territorio y no figuraba en un mapa. Sin embargo, eso no me iba a detener. Iba a partir al rescate de Fizel.
El propio Elrond no podía salir de Rivendel por ahora, pero nos proporcionó comida y armas para el viaje. Incluso un grupo de elfos entre los que se contaba la propia Mellidian, muy a pesar de Erlendur, decidió acompañarnos.
Era la primera vez que me dirigía a una batalla sin saber prácticamente nada de nuestro enemigo o del lugar dónde íbamos a combatir. Elrond nos dijo que fuésemos al norte aun cuando nos advirtió que no fuésemos horas antes. Me di cuenta de que Angmar bien podría ser el lugar de la visión y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Erlendur guio su mano hasta la espada entregada por Celeborn y comprendió que el momento de usarla estaba próximo. Llevé mi mano a mi bolsillo y agarré la joya entregada por Galadriel con todas mis fuerzas, pensando en lo que debería hacer una vez allí. Tras terminar los preparativos, nos pusimos en marcha hacia esa tierra desconocida, Angmar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario