domingo, 29 de julio de 2018

Segundo fragmento del diario de viaje de Galnor.

Moria, Día 5 de Febrero del año 1224 de la Tercera Edad.
No he hecho ninguna anotación durante estos meses pues no había prácticamente nada que mereciera la pena contar. Erlendur, mi amigo de la infancia, a veces se mofaba de mí por este hábito, pero no me molesté en absoluto ya que son años conviviendo con su carácter fuerte y recio. Es alguien bastante bélico, pero nunca dudará en poner su vida en juego si uno de los suyos se encuentra en peligro. “Alma de Hierro” le llaman por su afán de proteger a sus queridos.
Era mi primera vez en Moria al igual que la anterior fue mi primera vez en Rivendel. Al fin y al cabo a pesar de contar con 24 años ya, se nos seguía considerando a mí y a Erlendur jóvenes para correr este riesgo. Sin embargo, ya demostramos nuestra valía en la defensa de Rivendel por lo que acallamos todos esos rumores.
Erlendur, al igual que yo, es parte de los últimos vestigios de la casa Hador. Crecimos con las historias de nuestros antepasados aunque mi buen amigo pocas veces atendía. Siempre me he imaginado Númenor como una gran ciudadela fortificada. Mucho he leído acerca del tema pero sigo sin entender como un reino tan grande y próspero pudo caer ante las palabras de Sauron. Digamos que me he informado todo lo que he podido para no cometer los errores del pasado. Aunque eso a Erlendur no le preocupa en absoluto ya que siempre está preocupado solo del presente. Según él, lo que tenga que pasar, pasará. Ese es uno de los aspectos en que él y yo nos diferenciamos, yo soy más previsor y observador y él actúa antes de pensar.
Sin embargo, en más de una ocasión me ha sacado de algún apuro, siempre haciendo uso de la fuerza. Y también al contario, muchas veces ha sobrevivido siguiendo mis tácticas.
Ahora nos encontramos en las puertas de Moria o como también se conoce, Khazad-dûm, la mina del enano. Intercambiaremos toda clase de alimentos, pieles y otro tipo de productos por los minerales que allí desentierran los enanos sin parangón. Kennor, el líder de nuestro grupo, tiene una cota de malla hecha de mithril, ligera como una pluma pero robusta como las escamas de un dragón. El líder dijo la contraseña “Mellon”, que significa amigo en élfico. Y las puertas, ocultas a la vista de todo el mundo, se abrieron.
El interior de Moria es gigantesco. Cuesta creer que los enanos hayan excavado y construido semejante obra. A pesar de que todo estaba hecho de piedra, sus columnas y paredes hacen sentir que un mundo nuevo rebosante de vida hay ahí dentro. A pesar de los continuos ataques de los orcos, los enanos de Moria se las han arreglado bastante bien. Sus grandes salones tienen un aspecto bastante festivo y su rey, Dúrin V, nos recibió con alegría en su gran comedor. En pocos instantes habían dispuesto para nosotros un gran banquete que, por supuesto, incluía bebida a raudales. Erlendur no se impresionó en lo absoluto, es más, bebió a la par de algunos enanos para sorpresa suya. No le decían Alma de Hierro por nada, pensé en ese momento. Tras los festejos y las transacciones, pasamos un par de días más allí y nos pusimos en marcha nuevamente.

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