miércoles, 20 de marzo de 2019

Decimotercer fragmento del diario de viaje de Galnor

Puertos Grises, 20 de marzo del año 1250 de la Tercera Edad.
Salimos de la taberna tras la conversación. Pangurix siguió declarando sobre la misión y decidí que lo mejor era movernos y hablar en algún lugar apartado de la ciudad pues no parecía la información que debería caer en manos de cualquiera.
-¡Hay que cumplir la misión! -repetía Pangurix.
Los otros me miraban como si yo supiera que hacer en esta situación. A mi también me pilló desprevenido todo esto. Realmente no tenía ni idea de lo que iba a pasar a partir de ahora. Solo sé que esto sonaba realmente importante, lo suficiente para que este anciano saliera a buscarnos a todos.
Tras conseguir que se calmara un poco, volvimos a la taberna y nos alojamos allí pues era muy tarde. Un enano de Moria, llamado Lidack se unió a nosotros alegando que tenía ganas de aventuras. Halad y Brego mostraron desconfianza pero Erlendur y yo hablamos con el enano y le preguntamos acerca de las últimas noticias en Moria pues hace tiempo que no visitabamos el lugar. Poco había que contar aunque nos mencionó algo sobre orcos acechando de vez en cuando las montañas, aunque luego nos calmó ya que dijo que los enanos de Moria y los Hombres Errantes estaban trabajando juntos para deshacerse de este mal juntos.
A la mañana siguiente, partimos en dirección a los Puertos Grises. Pangurix había dicho que Balagos se marchó y tuvo que refugiarse lejos de Himling y no se me ocurría otra persona a quien preguntarle si lo había visto que Cirdan, el carpintero de barcos. Cirdan tiene la vista más aguda de toda la Tierra Media y si alguien sabía algo del paradero del príncipe, era él.
Empezamos a recorrer el camino hasta los puertos, que no era poco precisamente. Por el camino, algunos bandidos intentaron asaltarnos aunque sin mucho éxito. Me fijé en que todos tenían una buena capacidad para la lucha aunque Lidack, como todo enano terco y de fuerte carácter, apenas quería atender a mis instrucciones aunque poco a poco eso fue cambiando.
Tras cuatro días de marcha a caballo, los cuales conseguimos en Lond Daer, empezamos a ver que faltaba poco para llegar.
-¡Soy un magooo! ¡Vivo en el bosqueeeee! -canrurreaba Pangurix.
Los demás nos habíamos ya acostumbrado a sus delirios. Aunque a mi me seguía molestando que quisiera hacerse cargo de todo y ni siquiera sabe donde está parado.
De repente, el caballo de Pangurix se movió hacia una zona de hierba para poder comer.
-Em... ¡Erlendur! ¡Secuestro, secuestro! -comenzó a gritar el anciano.
Vi a Erlendur aplastar una manzana que tenía en su mano. Su descontento ya superaba el todos los presentes.
-Galnor, detenme o te juro que lo mato y no me arrepentiré de ello -dijo Erlendur.
-Calma, amigo. Dentro de poco llegaremos y empezaremos nosotros a tomar las riendas del asunto.
Y así lo creía. Durante todos estos años siempre me he sentido intranquilo si no era yo quien dirigía las cosas. Siempre prefería que si algo fallaba, yo fuera el responsable de solucionarlo. Espero que la labor de Pangurix no vaya mas allá de reunirnos y ejercer de enlace. Y me daba la impresión de que todos pensaban igual. Lidack siempre iba junto a Erlendur. Halad me avasallaba a preguntas pues nunca había salido a recorrer el mundo. Brego hablaba con todos regularmente. Solo Cyrion iba mas callado. Y entre todo eso, Pangurix siempre soltaba algún comentario que no venía a cuento. Este es el variopinto grupo de personas que nos hemos reunido para ayudar a un desconocido.

Y por fin, llegamos a los Puertos Grises.

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