lunes, 18 de marzo de 2019

Doceavo fragmento del diario de viaje de Galnor

Lond Daer, 15 de marzo del año 1250 de la Tercera Edad
No me lo podía creer. ¿A esto nos había conducido el destino? Un anciano que ni siquiera sabía donde estaba parado. Hice acopio de energías para finalmente preguntarle ya que a fin de cuentas, dudo mucho que la dama Galadriel nos hubiera mandado directos a una broma.
-A ver, a ver. Uno, dos... eh... ¡Cinco! ¡Sois cinco! ¡Los cinco de los que me hablaron Gandalf y Radagast!
Ante la mención de dos de los magos, me puse de pie. De Radagast solo escuché que vive en los bosques y nunca sale de ahí. En cambio, a Gandalf lo conocí una vez. Durante los dos años de mi adiestramiento él vino una vez a Rivendel a tratar un asunto con Elrond. No sé de que hablaron pero si es cierto que al finalizar su conversación, la cual duró bastante tiempo, me mandaron a llamar para atender una leve herida que el mago venía arrastrando todo el viaje. Diligentemente traté la herida y no hubo mayores problemas.
-¿Es él? -le preguntó Gandalf a Elrond.
-Si, lo es. Todavía está bajo mi tutela pero se que será de bastante utilidad.
-Sea pues -dijo el mago mirándome- El destino es algo que ni siquiera los magos podemos controlar. Es algo inevitable. Solo podemos decidir que hacer con el tiempo que se nos ha concedido. Y tú debes decidir en el futuro entre lo correcto y el deber.
Un grito del anciano llamado Pangurix me hizo salir de mi ensimismamiento y que me volviera a enfocar en lo que estamos.
-¡Tomad estas espadas! ¡Mi maestro dijo que os las diera!
Me fijé en las espadas. Estaban bastante deterioradas y desde luego ya no servían para el combate.
-¿Por qué nos das éstas armas que ni siquiera sirven para la lucha? -dijo Erlendur con un tono que denotaba claramente su enfado.
-¡Mi maestro me envió en una misión con estas espadas! ¡Se las debía entregar a 5 usuarios dignos de ellas!
-¿Podrías dejar de gritar? -preguntó Brego.
-¡Yo no estoy gritando! ¡Tú estás gritando! -respondió el anciano.
-Oye Pangurix -esta vez Halad tomó la palabra- ¿De dónde vienes?
-Esto... A ver... ¿Dónde estoy? Ah si... Vengo del Bosque Negro y soy aprendiz del mago Radagast.
-¿Aprendiz de mago? Eso quiere decir que sabes magia -dijo Halad ilusionado.
-Eh... ¡Si! Soy un magooo -se puso a tararear el anciano.
-¿Nos podrías enseñar algo entonces? -volvió a preguntar Halad.
-Eh... ¡Secuestro, secuestro! -gritó Pangurix.
-¡Que dejes de gritar de una vez! - dijo Brego.
-¡Yo no estoy gritando! ¡Tú estás gritando!
-Bueno, bueno -interrumpí ya que la conversación no iba a ninguna parte- ¿Por qué nos has reunido aquí?
-¡Cierto! ¡Tenemos una misión! Mi maestro me mandó a encontrar a personas capaces de ayudarme a llevarla a cabo. ¡El príncipe Balagos de Himling esta desaparecido y debemos encontrarlo para que juntos recuperemos su reino!
¿Un príncipe desaparecido? El nombre de Balagos me sonaba, desde luego. Los rumores cruzan las montañas de un extremo a otro y algo he oído sobre un despiadado príncipe que escapó para no ocupar su puesto como rey ya que disfrutaba del libertinaje. Sin embargo, si algo me enseñó Elrond, fue a comprobar las cosas de primera mano.

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